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7.08.2010

Soledad

Bitácora de la comandante Hotaru

Fecha Espacial: Año 3050 D.C.

Día 709

Es un aburrido jueves y sigo atrapada a bordo de Samar B100, una nave espacial puesta en órbita hace 709 días, 1 hora y 3 minutos con el fin de llevar personal especializado a una misión secreta para proteger los recursos vitales de la Tierra, los cuales han ido desapareciendo a lo largo de la historia y debemos intentar reproducir en planetas piloto para recrear condiciones favorables para la vida de la especie humana. Y pregúntenme si me importa.

A mí prácticamente me obligaron a subir a esta nave y aunque en ese momento pude haber dicho que no, creí que dejarme guiar por mis padres era una buena opción y acepté sin decir nada. Viéndolo bien, la culpa de que esté aquí es sólo mía. Mi estadía en la tierra hace dos años no estaba siendo del todo productiva y agradable, incluso, llegaba a pasar días enteros desesperada sin saber qué hacer y creo que las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, o eso dicen.

En Samar B100 los días son eternos y las noches son extremadamente cortas. Supongo que para que nuestras vidas sigan siendo aburridas acortan el poco tiempo que tenemos para ser “libres” y huir de todo. Y la palabra “huir” se que suena exagerada, no hay a donde escapar a bordo de una nave espacial, y mucho menos podemos escapar de nuestros propios pensamientos, simplemente digamos que lo intentamos.

Lo sé, se que sueno un tanto infeliz, pero a veces lo soy. Y definitivamente la especie humana es incomprensible: Cuando nos falta algo, lloramos, pataleamos, maldecimos y reclamamos que nos hace falta, y cuando lo obtenemos, lloramos, pataleamos, maldecimos y reclamamos otra cosa que nos hace falta. No sé sinceramente para que tratamos de salvarnos, somos la especie más egoísta que habita el planeta tierra.

Aquí arriba todo parecía diferente al principio, cuando despegamos y nos pusimos en órbita todos éramos una familia, trabajábamos en equipo por un mismo ideal y la convivencia era lo mejor. La emoción del espacio exterior, de lo desconocido, hacía nuestros días un sinfín de posibilidades nuevas y experiencias únicas. Hasta que un día nos dimos cuenta de que todo en realidad era igual.

No voy a hablar de mis compañeros de viaje. No se lo merecen. Bueno, dos o tres son verdaderamente valiosos para mi estadía aquí. De resto no vale la pena. Igual que en la tierra. Cuando no estoy recibiendo quejas de que algún equipo está fallando, de que algún repuesto se está agotando, o de que hay innumerables fugas en algún lugar de la nave, me gusta mirar por la pequeña ventana de la nave y escribir en esta bitácora. Repito, cuando nada de lo anterior pasa, que se reduce a un 3.1% de mi tiempo. Y mirar por la ventana y ver ese pequeño planeta antes todo azul, me hace pensar. Me hace suspirar. Me hace llorar.

A veces no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, no todo lo que brilla es oro, recibes los que mereces, cosechas lo que sembraste, no hay lugar como el hogar y tu hogar es donde está tu corazón. Todas estas frases van y vienen en mi cabeza, la revuelven, la estremecen. El poco contacto con mis seres queridos en la tierra me fortalece, me llena de energía vital. Pero con el paso de los días se acaban las reservas de fuerza espiritual y cargarlas a veces es complicado por no decir imposible.

No puedo abandonar la misión. Eso lo sé. Tampoco es como si pudiera abrir una escotilla y tirarme al vacío, a la oscuridad, a la nada. No puedo dejar que mis no tan sabias decisiones arruinen las decisiones que están por venir. No puedo dejar que nada ajeno a mí entorpezca mi ser y mi determinación. Por eso decido escribir esto. Por eso decido ser valiente. Por eso decidió continuar aunque me cueste tanto.

Por eso cuando me siento así, como hoy, vengo a mirar por la ventana, a añorar, a esperar y construir. Porque mientras más tiempo paso en Samar B100, más anhelo estar en mi hogar, en casa…

1 Rulean el Universo:

Iván R. Sánchez dijo...

Hmmm; Ahhh la soledad y la melancolía, las lleva uno a cada uno de sus viajes.

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